top of page
CERTIFICADO BCC MÁSTER EN I+D+I Y GESTIÓN DE LA RESTAURACIÓN  SERGIO DEAN URQUIZA  237T23N

El primer día que las grúas entraron en Illescas nadie sabía exactamente qué estaba naciendo allí. Sólo se veía polvo, cascos amarillos, chispas de soldadura y aquella palabra en el aire —Oasis— suspendida por cables como si alguien tratara de colgar un sueño del cielo. A su alrededor, los obreros y obreras, convertidos en orfebres de gran formato, iban soldando letra a letra un nombre que no era un simple rótulo, sino una promesa: un lugar donde detener la prisa, donde volver a sentir que el tiempo puede ser amable.

Image by Mariska Vereijken

Eligieron acero corten porque envejece como las cosas vivas: no se pudre, se hace digno. Oxida hacia el color del otoño y, sin romperse, se entrega igual que los edificios que abrazan décadas de historias. Cada gota de lluvia, cada madrugada húmeda de La Sagra, marcará el metal como quien escribe biografías lentas: lo hará único, irrepetible, verdadero. A los pies de las letras, los vecinos se detenían a mirar. Algunos pasaban sólo por curiosidad; otros, sin saber por qué, sentían un nudo en el pecho al ver algo bonito tomar forma en su pueblo.

No era sólo un restaurante. Era la intención de construir un refugio con aroma a aceite virgen extra, pan caliente y tomillo. Una casa con cocina abierta —abierta como una confesión, como un abrazo— donde cualquiera pudiera ver las manos que alimentan. Gastronomía mediterránea como lenguaje común: producto honesto, fuego justo, platos que no gritan pero se quedan a vivir en la memoria. Allí se hablaría con tomate, vino y romero; se discutiría con mejillones al vapor; se reconciliarían familias sobre un plato de lubina entera abierta al carbón.

Image by Nathan Dumlao

Pero también —y esto fue lo que hizo que el rumor corriera por Illescas y saltara a Yuncos, Ugena, Numancia, Torrejón de la Calzada— sería un lugar para celebrarlo todo: bodas pequeñas de las que hacen llorar, bautizos con manos temblorosas de abuelo alzando un bebé, eventos corporativos donde las empresas recuerdan que detrás de los logos hay personas que también necesitan sentarse, comer despacio y escucharse sin pantallas. Un espacio para descolgar la corbata del alma.

El día que la última letra tocó el suelo y los arneses se soltaron, los obreros aplaudieron sin saber que acababan de inaugurar más que un letrero. Aquel “Restaurante Oasis” erguido en acero parecía hablar sin voz: “esto es vuestro”. No decía “venid a consumir”, decía “venid a pertenecer”. Como un pozo en mitad del desierto, prometía sombra, agua y conversación.

Image by serjan midili

Desde entonces, quien pasa por allí siente algo parecido a lo que se siente al ver encender la primera farola en una calle sin luz: el anticipo de vida. Y aunque aún falte por rematar paredes y aliñar la primera ensalada, el barrio ya se lo apropió. Porque un Oasis no es un lugar; es un gesto civilizatorio: recordar en público que comer juntos es una forma de quererse —y levantar eso, con acero eterno y manos locales, es una manera de decir que Illescas también fabrica futuro.

ChatGPT Image 24 oct 2025, 17_39_37.png
bottom of page